Me entusiasmaban los lunes porque a las 8 de la noche prendía el canal 5.
Cuando yo era niño, a Chespirito había que ganárselo. Así que si nos portábamos bien, mi hermana y yo teníamos permiso de sentarnos frente a la tele. Y si no, habríamos de escabullirnos.
Como a todos, Chespirito me hacía reír. Pero creo que me asombraba más: ¿Cómo se hacía pequeño el Chapulín? ¿Cómo podía dormir el Chavo en un barril? ¿Cuándo llegaría la policía por Los Caquitos? ¿Se le rompería esta vez la bolsa de papel de estraza al Doctor Chapatín? Y sobre todo, ¿cómo lograban hablar en rima durante una hora completa en los especiales que parodiaban a don Juan Tenorio?
Con el paso del tiempo, resolví algunos de esos misterios infantiles. Me gustan más aquellos para los que no hallé respuesta. Porque así puedo mantener el asombro –que con los años maduró en admiración– y escabullirme de cuando en cuando como si fuera lunes a las 8 de la noche.