Esa misma noche, la del jueves 31 de enero cuando estallaron cuatro pisos del edificio B2 del complejo corporativo de Pemex, los funcionarios involucrados hablaban en público de no descartar ninguna hipótesis sobre las causas de la explosión, pero en privado –con sus equipos de trabajo y más cercanos asesores– evaluaban que los peritajes preliminares apuntaban a un accidente.
La investigación de las causas de la tragedia estuvo encabezada por la PGR, concretamente por la unidad de Servicios Periciales. La respaldaron inicialmente peritos de la Procuraduría del DF, la Marina, el Ejército, y claro, Pemex.
Todas estas dependencias de distintos niveles convergían: en corto se hablaba de que las pruebas apuntaban cada vez más a un accidente; en público se decía que ninguna hipótesis se pondría de lado.
La mañana del viernes, Emilio Lozoya, el director general de Pemex, dijo en entrevista para Primero Noticias de Televisa: “Sí parece, por lo que uno puede observar, esto es parte de lo que los expertos perciben como un accidente”. Fue en ese momento el único testimonio público de funcionario alguno que se animó a revelar hacia donde caminaban las indagatorias.
El viernes por la noche, las Fuerzas Armadas buscaban instalaciones de gas (del que se emplea para el aire acondicionado) que se consideraban inicialmente sospechosas de haber explotado y matado a casi 40 personas.
Los detectores de explosivos del Ejército, la Marina y la Policía Federal no marcaron nada. El gel explosivo fue descartado porque deja un olor muy característico que no se percibió en el lugar y no se pensó en una bomba porque no recogieron cristales rotos más allá de un radio de 50 metros (una bomba, señalan, deja vidrios quebrados hasta a cuatro cuadras de distancia). La PGR reveló que no había rastros de quemaduras ni huellas de humo en las víctimas, los restos (papeles, etc.) ni en la infraestructura dañada.
A la mañana siguiente la narrativa de la investigación tuvo un giro: los tres cadáveres hallados entre sábado y domingo (tuiteados por el presidente Peña Nieto como las muertes números 34, 35 y 36) marcaron algo distinto: presentaban fuertes quemaduras. Tardaron en encontrarlos porque estaban hasta debajo de los escombros.
Eso llevó a los peritos mexicanos –apoyados por especialistas de Suiza, Estados Unidos, España e Inglaterra–a concluir que hubo una explosión en la zona de pilotes debajo del sótano a consecuencia de una fuga de gas, que reventó el piso del sótano y derrumbó las dos plantas superiores. Así se explican que ninguno de los cadáveres de quienes estaban en el sótano, planta baja y primer piso presentara quemaduras: murieron por el derrumbe, no por la explosión.
SACIAMORBOS
En descartar la hipótesis de un atentado coincidieron el Gobierno Federal, de extracción priísta-verde, y el de la Ciudad de México, que proviene de la alianza PRD-PT-MC.