Una fuente me permitió ver las fotografías que tiene el expediente sobre la muerte de cinco personas atribuida a perros salvajes de la delegación Iztapalapa del DF. Ojalá la mayoría de esas imágenes nunca lleguen a exhibirse públicamente (algunas ya lo fueron, pero no las más crudas) porque son brutales.
En mi trabajo como reportero me he topado con miles de cadáveres de manera directa y a través de fotos y videos. De frente he tenido cuerpos ejecutados en guerras, muertos por ahogamiento en un tsunami o aplastados en un sismo; heridas de bala que asesinan en combates, degollados para mandar mensajes y golpes que roban la vida. Sin embargo —sobra aclararlo— no soy un perito especialista.
Las fotografías a las que tuve acceso, que fueron tomadas en el Servicio Médico Forense y que forman parte del expediente de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, no exhiben a mis ojos ninguna huella de herida de arma de fuego. Los cuerpos inertes tienen rasguños por todas partes. Algunos son más profundos que otros. Hay pedazos de la carne, de cuerpo y extremidades, claramente arrancados de los huesos captan la atención y mueven a cerrar los ojos.
Las autoridades y los médicos han declarado contundentemente que las personas no fueron asesinadas antes y luego sus cadáveres arrojados a los canes. Que ni golpes ni balas causaron sus muertes, sino la furia de animales salvajes que no huyen con la simple amenaza de una piedra. Familiares de las víctimas se dividen entre quienes apoyan o rechazan la hipótesis. Defensores de animales la han cuestionado y recientemente una mujer denunció haber sobrevivido hace meses en la misma zona de la capital del país a una agresión de perros de este tipo.
El expediente de las cinco muertes incluye el reporte escrito del forense. En tres de los casos dice textualmente lo mismo: que la causa de la muerte es por “hemorragia externa secundaria a lesiones de paquetes neurovasculares por cánidos”.
Aparece así para Shunashi Elizabeth Mendoza Caamal de 26 años y 1.54 metros de estatura, su hijo Cipactli Hari Mendoza Caamal de un año y ocho meses, y Samuel Suriel Martínez Sánchez de 16 años y 1.70 de estatura.
La novia de Samuel Suriel, Alejandra Ruiz García, de 15 años y 1.58 de altura, no lleva en su parte forense la palabra “cánidos” ni ningún sinónimo. La causa de su muerte sugiere, sin embargo, lo mismo, según las autoridades: “anemia aguda externa a consecuencia de lesiones del paquete neurovascular de miembros torácicos”.
El caso no ha concluido.
SACIAMORBOS
Según el informe de inteligencia de Estados Unidos al que tuvo acceso el actual Gobierno federal, y que me confiaron dos fuentes, el paraíso de entrada para migrantes ilegales de Medio Oriente es Belice, cuya mafia de tráfico de personas está controlada por ciudadanos de India, quienes se encargan de pasarlos a Quintana Roo y de ahí a territorio estadounidense. Es la nueva gran preocupación del vecino del norte: que entre esos ilegales haya terroristas.